Atrapados en esos contrasentidos, que harían necesaria una especialidad de psiquiatría política, a los mexicanos nos esperan dentro y fuera cuatro años de agresión y sumisión.
Prácticamente con todo el poder, sin necesidad Claudia Sheinbaum se enfrasca a diario en polémicas estériles de nivel ramplón y ha soslayado la gran oportunidad de erigirse en estadista líder y concitar la unidad nacional que requiere la construcción de soluciones.
En una sociedad acostumbrada a buscar resquicios para soslayar el cumplimiento de toda norma, que la titular del Poder Ejecutivo afirme que no acatará mandatos judiciales “en nombre del pueblo”, es una ominosa señal, que sepulta la institucionalidad acompañada de la liviandad y prepotencia con que sus legisladores manosean la Constitución.
Solo un ingenuo podría sostener que García Luna no recibió dinero de uno o más cárteles, pero en la corte de Brooklyn hubo mucha palabrería y ninguna prueba sólida de su culpabilidad. Como en “la prohibición”, ante las drogas el gobierno de Estados Unidos -sea demócrata o republicano- utiliza siempre como cobijo su histórica hipocresía. Dentro de su país no hay grandes capos y la llegada de cocaína y fentanilo a las calles es una incógnita.
A menos que detrás de las palabras haya voluntad de acción radical, el plan sexenal de seguridad está invadido de lo mismo que ya fracasó y terminará por acrecentar esos crímenes que ya vemos como una estadística más, porque en el México ensangrentado se ha enraizado una cultura de la muerte