La falta de un sistema de justicia efectivo que aborde correctamente las acusaciones de violencia sexual tiene ramificaciones más amplias en la sociedad. La normalización de la impunidad para figuras poderosas envía el mensaje de que las posiciones de poder pueden desafiar las normas básicas de responsabilidad. Tal desarrollo puede atraer a otros agresores a continuar con sus comportamientos delictivos, confiando en que su estatus les proporcione protección contra las consecuencias. Esto no solo tiene un efecto en el entorno inmediato de la víctima, sino que también socava la confianza pública en las instituciones encargadas de proteger a los ciudadanos.
El segundo camino es la prevención. La educación es la herramienta más poderosa que tenemos para proteger a nuestros jóvenes de las garras del crimen organizado. Necesitamos concienciar sobre los peligros que acechan a nuestros hijos en forma de ofertas laborales engañosas. Las familias deben estar preparadas para educar a sus hijos sobre los riesgos existentes y las señales de alerta.