Opinión
Martes 29 de Abril del 2025 22:31 hrs

Pantalla

Vivir 100 años


La gente más longeva del mundo elige círculos sociales que fomentan los comportamientos saludables. Los vínculos sociales de las personas longevas moldean de manera favorable sus comportamientos hacia su salud

A través del documental o de la ficción, los medios audiovisuales han abordado los temas de la longevidad y la vejez desde diferentes perspectivas. Esta semana les comparto mi opinión sobre la serie de solo cuatro capítulos Vivir 100 años: Los secretos de las Zonas Azules, disponible en Netflix.

Vivir 100 años es un documental que nos lleva a diferentes partes del mundo, a través de la visión del norteamericano Dan Buettner, documentalista de National Geographic e investigador junto a un gran número de especialistas, que han estudiado las llamadas zonas azules, lugares en diferentes partes del mundo donde, de acuerdo a sus estudios, hay un mayor número de personas centenarias que gozan de buena salud física y mental, y nos va mostrando a través de entrevistas, los hábitos que esos hombres y mujeres ancianos han seguido, y cómo, sin proponérselo, han tenido una vida plena y larga.

El documental inicia con la voz en off del propio Dan Buettner mientras camina en un cementerio, y dice: “La mayoría de nosotros no queremos pensar en morir, debilitarnos, perder vitalidad, cerrar los ojos por última vez. Pero algo es seguro: sucederá. La pregunta es ¿cuándo?. ¿Cuánto años va a durar tu cuerpo? Y ¿podemos hacer algo al respecto?

Descubrí que casi todo lo que la gente cree que lleva a una vida larga y saludable es infundado o erróneo. Cada año, los estadounidenses gastan miles de millones en planes de dieta, gimnasios y suplementos. Pero, claramente, no nos está funcionando. El meollo del asunto es que la mayoría estamos desperdiciando buenos años. En todo el mundo, unos dos tercios de los 8000 millones de habitantes de este planeta morirán prematuramente de una enfermedad evitable. Y en Estados Unidos, por primera vez en un siglo, la esperanza de vida está disminuyendo. ¿Cómo arreglamos esto? Creo que no lo lograremos tratando de evitar la muerte, sino aprendiendo a vivir”.

Después de esa breve introducción y platicar un poco sobre su vida, en el capítulo uno, Buettner viaja a las islas de Okinawa, Japón, lugar muy conocido justo por la gran cantidad de centenarios que “viven vidas vibrantes, activas y felices, y quizás lo más importante, viven más tiempo sin buscarlo prematuramente de una enfermedad evitable”.

En el resto de los capítulos Buettner visita Icaria, en Grecia; la provincia de Ogliastra, Cerdeña en Italia; Loma Linda, en California; y la península de Nicoya, en Costa Rica, entrevistando a los centenarios y nonagenarios de esas regiones para conocer su alimentación, su trabajo, su quehacer diario, y así tratar de averiguar cómo han llegado a esa edad gozando de buena salud física y mental, además de que son capaces de valerse por sí mismos.

Algunas de las conclusiones son que todos se mueven de forma natural en sus actividades diarias y no están inscritos en gimnasios ni corren maratones. Simplemente en sus actividades diarias como caminar o atender sus jardines, hacen lo suficiente para mantenerse en forma.

También nos muestra el documental que todos tienen un propósito, algo por qué levantarse cada mañana, los japoneses le llaman ikigai. Si se tiene un propósito de vida, se pueden añadir varios años de vida. Otro punto es bajarle al ritmo, pues a pesar de que también sufren de estrés, la gente tiene rutinas para deshacerse del estrés: las personas de Okinawa se toman unos cuantos momentos para recordar a sus ancestros, los adventistas de California rezan, los habitantes de Icaria toman una siesta, y los de Cerdeña aprovechan la hora feliz para ir por un trago.

La regla del 80% es importante para los de Okinawa, la gente deja de comer cuando su estómago esté lleno al 80%. El margen entre tener hambre y sentirse satisfecho puede ser la diferencia entre perder peso o ganarlo.

Los habitantes de las zonas azules tienen una inclinación por las plantas como base las leguminosas, incluyendo las habas, el frijol negro, la soya y las lentejas. La carne -en especial la de cerdo- se come en promedio solo cinco veces al mes, y en porciones de 85 a 110 gramos. También, la gente de las zonas azules, incluyendo los adventistas, con frecuencia bebe alcohol, aunque con moderación. El truco está en tomar una o dos copas al día con amigos y acompañadas de alimentos.

La gente más longeva del mundo elige círculos sociales que fomentan los comportamientos saludables. Los vínculos sociales de las personas longevas moldean de manera favorable sus comportamientos hacia su salud. Además, prácticamente la totalidad de los entrevistados pertenecían a una comunidad de creyentes. Las investigaciones recientes señalan que asistir a algún servicio religioso cuatro veces al mes le añade de cuatro a 14 años a la esperanza de vida.

Otro punto vital es que los centenarios exitosos que habitan en las zonas azules siempre anteponen a sus familias. Mantienen cerca a padres o abuelos, o incluso en la misma casa, lo cual reduce los índices de enfermedad y mortalidad de los niños. Se comprometen con una pareja de por vida (lo que puede agregar hasta tres años de vida) e invierten amor y tiempo en sus hijos, lo cual hace más probable que éstos cuiden mejor de sus padres cuando llegue el momento.

Las conclusiones anteriores las tomé directamente del libro El secreto de Las zonas azules: comer y vivir como la gente más saludable del mundo que publicó el propio Dan Buettner en 2016, y también de la serie documental donde vemos los testimonios de los propios centenarios que nos cuentan sobre sus rutinas diarias, vida social y hábitos de alimentación y de ejercicio para estar en forma y con mejor salud. Tanto el libro como el documental son bastante interesantes y nos llevan a reflexionar sobre el ritmo de vida que llevamos actualmente la mayoría de los habitantes de este planeta.

Al ver con bastante interés los cuatro capítulos de Vivir 100 años: Los secretos de las zonas azules, mi mente se remontó a mi experiencia de vida familiar. Tuve la fortuna y estoy profundamente agradecido porque mi papá vivió 102 años con buena salud y una asombrosa lucidez mental que mantenía con una buena convivencia como un gran conversador, un interés permanente en su profesión de médico, una basta cultura a través de mucha lectura de calidad, incluso incursionando en la lectura digital a través de la tecnología de Internet cuando ya tenía cerca de 100 años de edad.

Mi papá, con los años perdió un poco de gusto por la comida, pero nunca por los dulces y los chocolates que comía con demasiada frecuencia y sus niveles de glucosa nunca rebasaron los límites normales. Acompañaba algún pastel o galleta por la tarde con una copa de rompope, no por el gusto del alcohol, sino por lo dulce del licor.

Sin duda, mi papá viene de una familia que podría ser en sí misma una Zona Azul. Mi abuela paterna vivió 104 años y una hermana de mi papá 103 años, así como otros tíos vivieron más de 90 años. Todos ellos centenarios y nonagenarios nacidos en Coahuila que vivieron tanto en zonas rurales como en ciudades. Mi papá de apellidos Guerra Valdés, aparentemente heredó esa longevidad de la rama materna. La pregunta es: ¿Qué factores genéticos heredaremos los descendientes de mi abuela? ¿Seremos longevos con salud física y mental? Eso solo el tiempo lo dirá.

Después de ese breve testimonio de mi Familia Azul, realmente sí recomiendo ver la serie de cuatro capítulos Vivir 100 años: Los secretos de las Zonas Azules, disponible en Netflix.






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