Opinión
Domingo 22 de Diciembre del 2024 05:39 hrs

¡AL HUESO!

Vecino hipócrita


Solo un ingenuo podría sostener que García Luna no recibió dinero de uno o más cárteles, pero en la corte de Brooklyn hubo mucha palabrería y ninguna prueba sólida de su culpabilidad. Como en “la prohibición”, ante las drogas el gobierno de Estados Unidos -sea demócrata o republicano- utiliza siempre como cobijo su histórica hipocresía. Dentro de su país no hay grandes capos y la llegada de cocaína y fentanilo a las calles es una incógnita.

Si Calderón debe pedir perdón por García Luna, es de imaginar que “el chacal de Macuspana” terminaría sin rodillas... Demócrito.

¿Fue realmente Genaro García Luna un funcionario con una carrera manchada por la corrupción? Existen testimonios sólidos de que así fue en las diferentes etapas.

¿Se coludió con el Cártel de Sinaloa? Su trayectoria hace pensar que sí. Sin embargo, no lo prueba el ruidoso pero débil sustento en la corte de Brooklyn, vertido por delincuentes que compran benevolencias a cambio de apuntalar las versiones de los fiscales. De hecho, tres de los principales “testigos” fueron desenmascarados como perjuros, lo que dará base a una apelación en demanda de repetir el juicio.

El tras bambalinas de lo sucedido en Nueva York lo refirió con precisión el pasado jueves Raymundo Riva Palacio, en su columna “Estrictamente Personal” publicada en Eje Central y El Financiero: el proceso del ex poderoso policía mexicano fue político y su fin es político.

Con García Luna, todos los órdenes de la administración estadounidenses relacionados con el combate a las drogas sostuvieron las más fluidas relaciones de cooperación. ¡Hasta lo condecoraron! Con informantes en el corazón del cártel de Sinaloa, ¿nunca se percató la DEA de que el poderoso funcionario tenía doble vida y cooperaba con el enemigo? 

Hasta que la DEA lo detuvo en Los Ángeles ¿nunca hubo indicios de la tampoco probada vinculación del general Salvador Cienfuegos con criminales? Fue regresado a México porque se resolvió políticamente el diferendo surgido de una venganza contra el Ejército Mexicano por agravios del pasado. El cuerpo de generales activos y en retiro obligó al expresidente a comerse sus primeros dichos, retroceder y defender al ex secretario.

En el tortuoso camino de las relaciones policiales entre los dos países, en el pasado los vecinos actuaron cuando un alto funcionario estaba en ejercicio del cargo. Informaron al gobierno de Ernesto Zedillo, con pruebas sólidas, la relación del denominado “zar antidrogas”, general Jesús Gutiérrez Rebollo, con el cártel de Amado Carrillo Fuentes. El militar fue destituido, juzgado, condenado y murió en prisión.

No hay memoria de un juicio reciente, con la relevancia de los que tienen como escenario la corte del juez Brian Cogan, contra alguno de los poderosos capos que manejan desde la oscuridad el negocio de la droga en Estados Unidos. De ellos nunca se habla.

Como se ha repetido, el narcotráfico es el negocio de organización más simple y perfecta del vecino país. No hay grandes jefes, no hay gerentes, no hay distribuidores y la droga aparece milagrosamente en las calles.

Una vez que los estupefacientes están en su territorio, tras superar controles fronterizos (donde supuestamente tampoco hay corrupción de sus agentes), se pierde toda huella hasta llegar a manos de puchadores, que en todo el país satisfacen la creciente demanda en una sociedad en desgaste. Esa distribución es tolerada, no controlada y permanece, porque combatirla llevaría al crecimiento del delito, de la violencia y hasta revueltas.

Así, como en los tiempos de la prohibición, en el tema del narcotráfico los sucesivos gobiernos se cobijan bajo una típica de sus características, la hipocresía.

En una entrevista que finalmente nunca se publicó, lo asentó sin pelos en la lengua el General Juan Arévalo Gardoqui, secretario de la Defensa con Miguel De la Madrid.

Previo a un encuentro oficial del mandatario con Reagan, al colimense lo “ablandaron” a través de una columna del entonces afamado Jack Anderson, quien desde el Washington Post filtró acusaciones de corrupción sobre el presidente y el general.

En una de nuestras clásicas tragicomedias políticas, la Federal de Seguridad se aseguró que la columna no fuera reproducida al día siguiente por diarios nacionales y secuestró en el aeropuerto ejemplares del WP que cada madrugada llegaban desde Washington en “el tecolote” de Mexicana. No obstante, en la tarde hicieron llegar a todos los medios un desmentido a lo señalado por Anderson, que nunca aquí se había publicado.

Los señalamientos irritaron particularmente al secretario de la Defensa, que se comunicó con Regino Díaz Redondo (+), en ese momento director del aún entonces influyente matutino Excélsior, para solicitar ser entrevistado y responder.

Se determinó que lo haría un experimentado reportero, conocedor de los entresijos de la política estadounidense. Respetado periodista hoy fallecido, narró la historia ante colegas.

Arévalo, impecablemente uniformado, lo recibió cordial y establecieron una relajada plática antes de llegar al tema principal, cuando el general explotó:

“Los norteamericanos no tienen autoridad moral para acusar a nadie en materia de drogas. Durante la guerra de Corea, y luego en la de Vietnam, solicitaron que se permitiera el cultivo de importantes extensiones de marihuana para satisfacer a sus soldados”.

Dejó entrever, incluso, la existencia del secreto rancho “El Búfalo”, de unas 600 hectáreas, enorme plantación de cannabis en Chihuahua, detectada más tarde por el agente Enrique Camarena y razón de su tortura y asesinato, crimen nunca perdonado por la DEA. 

Hoy se sabe que la venta de esa droga era parte de una compleja operación internacional de la CIA, que involucró incluso a Irán. Encabezada por el coronel Oliver North, su objetivo fue financiar subrepticiamente -lo había prohibido el Congreso- el envío de armas y recursos a los “contras” de Nicaragua, que con Edén Pastora a la cabeza enfrentaban a la primera administración sandinista.

Kiki Camarena, en cuyo asesinato participaron no solo Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo, sino además el sicario de la CIA Félix Ismael Rodríguez Mendigutía -y supuestamente también el entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz- fue realmente víctima de una confrontación entre agencias de su propio país. A las cabezas en ese entonces del Ejército Mexicano se les acusa haber revelado a la CIA la identidad del agente de la DEA.

La redacción de la entrevista se frenó a medio camino y no llegó a las galeras de la imprenta. En una segunda llamada a Regino, Arévalo Gardoqui reculó y pidió mejor no publicarla.






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