Opinión
Miercoles 02 de Octubre del 2024 08:21 hrs

Un Gran Poder


Con todo el poder formal que se le ha otorgado al colocarse la banda presidencial, con la mayoría calificada en ambas cámaras del legislativo y la posibilidad de ejercer dominio sobre un Poder Judicial desmembrado, la nueva Presidenta tiene la posibilidad de llevar a este país hacia una etapa que nunca se haya visto, si solo se cumplieran una parte de los compromisos de mayor impacto

Ambivalencia. Sentimientos encontrados. 

No puedo negar la emoción de vivir, de nuevo, el evento cívico nacional de mayor relevancia: la inauguración de una nueva administración, la llegada de una nueva Presidenta, jefe del Estado Mexicano y jefe de Gobierno.

Tampoco puedo negar la expectativa positiva que genera el tener una mujer como presidenta: señal de que vivimos en un estado donde todos, independientemente de género, raza o creencias personales, tenemos la oportunidad de llegar a los más altos niveles si así nos lo proponemos.

Especial sentimiento y alegría me da el llegar, después de seis años, al final del mandato de aquella persona que ha causado ansiedad e incertidumbre, esa voz chillona y arrastrada, que, gritando cínicamente, día a día, personalizo y dio forma a una destrucción, sin precedente, de la nación. El primero de diciembre de 2018 se veía como un recorrido insufrible difícil de sobrevivir. Hoy, con satisfacción, muchos decimos que lo sobrevivimos, él se va y nosotros aquí seguimos. 

Es imposible el día de hoy, al paso de la tormenta, ser optimista: creer que lo peor ya pasó, que el destructor desaparecerá y comenzará una nueva etapa de reconciliación y reconstrucción. No hacia lo que venimos. Sino hacia una etapa de desarrollo y bienestar sin precedente en nuestro país. 

La emoción y expectativa positiva se confronta con la realidad de la etapa de transición y el mensaje de la toma de protesta de la nueva Presidenta, en un nuevo tono, con una nueva voz, pero con el mismo mensaje demagógico, lleno de propaganda, y promesas tiradas a la ligera que ya conocemos. 

Desde el templete del zócalo, no hay forma de no emocionarse con las promesas de la Presidenta entrante. Los principios que pregonan serían suficiente para emocionarnos si supiéramos que se cumplirán. 

Pero, los cien compromisos con los que comienza su administración son, de cumplirse, un salto cuántico, increíble, en el desarrollo de México. Solamente formulados desde una de tres: un gran optimismo basado en un conocimiento profundo de aquellas capacidades financieras, tecnológicas, organizativas y políticas que muchos no vemos, un completo desconocimiento de los recursos, de todo tipo, necesarios para cumplir cada uno de esos compromisos o una inusitada capacidad de prometer lo que, en toda conciencia, se sabe de antemano que no se podrá cumplir. Con la conciencia, también, de que con propaganda y repitiendo mil veces una mentira, en los ojos del pueblo, se convierten en verdad. 

La duda surge cuando, obligadamente, nos remitimos a la historia reciente y las decisiones irresponsables de su predecesor: quien le ha dejado un pueblo polarizado, un estado famélico y una profunda desconfianza en las capacidades del estado mexicano. 

Con todo el poder formal que se le ha otorgado al colocarse la banda presidencial, con la mayoría calificada en ambas cámaras del legislativo y la posibilidad de ejercer dominio sobre un Poder Judicial desmembrado, la nueva Presidenta tiene la posibilidad de llevar a este país hacia una etapa que nunca se haya visto, si solo se cumplieran una parte de los compromisos de mayor impacto. 

No cabe duda de que la nueva Presidenta comienza con mucho poder. Poder que puede ejercer para cumplir sus palabras y los sueños de la mayor parte de los mexicanos; los que creen en ella y los que, como yo, somos incrédulos.

El poder reside en ella, pero la posibilidad de lograrlo es de muchos más actores públicos y privados. Es solo con el uso responsable del poder formal que ha recibido, cerrando las fisuras sociales, políticas y económicas que le han sido heredadas, con la inclusión de aquellos que vemos en su movimiento una gran demostración de demagogia e irresponsabilidad, abriéndose al diálogo e incluyendo todo tipo de opiniones contrarias a las que pregona, como puede lograr. 

La duda está en si, la Presidenta, se distanciará de aquel al que no pierde ocasión de adular. Aun en aquellas cosas donde hay evidentes fracasos. 

Si el poder de tomar decisiones correctas, aun cuando impopulares, reside realmente en ella o si, por el contrario, no puede, no sabe o simplemente no quiere, eso se irá descubriendo más pronto que tarde. La esperanza está en que la Presidenta reconozca, como lo hacen los superhéroes de Marvel, que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.






OPINION

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