Opinión
Miercoles 23 de Abril del 2025 10:05 hrs

Un Gran Legado, Un Reto Igual


Conocer el reto que enfrentamos lo católicos no hace otra cosa más que alimentar la creencia de que estamos viviendo tiempos inéditos: el punto de quiebre que nos lleva a una nueva era en la historia de la civilización. Una era donde conciliar grandes grupos sociales bajo una estructura única, con valores universales compartidos y solidaría ante quien es diferente, presentará grandes retos.

Hace 12 mil años el ser humano descubrió la agricultura y, con ello, comenzó una carrera civilizatoria que nos ha llevado al momento en el que estamos hoy.

La mayor parte de ese tiempo lo pasamos en pequeños grupos aldeanos, aislados unos de otros, con una organización social simple. Hace unos cinco mil quinientos años, con la aparición de la escritura y una acumulación básica de conocimientos, fue que las primeras civilizaciones tomaron forma.

El comercio y el dominio del hierro que permitió la fabricación de herramientas y armas más eficientes dieron pie a los primeros grandes imperios que, a su vez, dieron impulso al desarrollo del derecho y democracia, arte y ciencia, literatura y matemáticas, filosofía y las religiones.

En el hilo del desarrollo de la humanidad, cada etapa de desarrollo ha sido seguida por una etapa de grandes cambios que, a su vez, ha dado pie a nuevos desarrollos que aceleran los cambios. La diferencia que vivimos hoy, comparada con la que vivieron nuestros ancestros hace quinientos, mil, dos mil o diez mil años es que los grandes desarrollos llegan a una velocidad incomprensible, difícilmente asimilable por el propio ser humano.

Las generaciones de adultos de hoy han vivido, cuando menos, dos grandes cambios en los fundamentos de la civilización moderna. Muchos hemos vivido a través de tres, algunos pueden contar hasta cuatro: la era de la posguerra con dos bloques hegemónicos, el fin de la historia de Fukuyama, la hiperglobalización y, lo que me atrevo a llamar, la anarquía sectaria digital.

Dos desarrollos tecnológicos dan forma a esta nueva etapa: la conectividad omnipresente, representada por los dispositivos móviles y, crecientemente, wearables, y los silos informáticos, representados por los algoritmos cada vez presentes en más interfaces, que nos enseñan solo lo que gustamos ver aislándonos de otras realidades. 

No cabe duda de que estamos viviendo tiempos inéditos en la historia de la civilización, del desarrollo tecnológico y de los cambios que nos tocará ver a lo largo de nuestras vidas.

Poniendo de lado lo que hemos visto en los últimos dos meses en cuanto al orden mundial, político y económico, que no tiene vuelta atrás, ni lógica en las decisiones tomadas hasta este momento, no caí en cuenta de la lucha librada en la institución viva más antigua de la civilización humana hasta la muerte del Papa Francisco este pasado lunes.

Parto de este punto: la iglesia Católica Apostólica Romana, junto con la Iglesia Ortodoxa que se escindió en 1054, es la institución humana más antigua que existe. No es la religión más antigua que se predica, no. Religiones más antiguas se predican por grandes grupos poblacionales basándose en enseñanzas de antiguos maestros, pero no cuentan con la estructura institucional del catolicismo.

No soy ajeno a los cambios en la vida pastoral que efectuó Francisco I. En la comunidad en la que vivo, la labor e importancia de los grupos laicos en la vida eclesiástica ha cambiado notablemente en la última década. La ligereza del difunto Papa frente a situaciones “humanas” es diametralmente diferente al acartonamiento al que, los que hemos conocido papados más conservadores, nos tenían acostumbrados.

No había conectado el fuerte conflicto interno de la institución católica con las guerras culturales que se viven en, prácticamente, todo sentido humano, a partir de esta nueva era de cambio que nos está tocando vivir.

Fue necesario que Francisco muriera para que la caja de pandora se abriera a mis ojos, para conocer la profunda lucha cultural que se vive dentro de una institución que ha sobrevivido a dos mil años de cambios, al sisma que separó al oriente del occidente y a los hermanos protestantes de la estructura romana.

Conocer el reto que enfrentamos lo católicos no hace otra cosa más que alimentar la creencia de que estamos viviendo tiempos inéditos: el punto de quiebre que nos lleva a una nueva era en la historia de la civilización. Una era donde conciliar grandes grupos sociales bajo una estructura única, con valores universales compartidos y solidaría ante quien es diferente, presentará grandes retos.

No existe duda de que el camino de renovación que emprendió el Papa Francisco, insuficiente para unos, catastrófico para otros, fue el mejor intento de conciliar la institución con el cambio que requiere: que le dio una nueva cara y reconcilió a sus feligreses. Un gran legado… un reto igualmente grande. 






OPINION

Fuenteovejuna

Aunque cuestionó severamente el populismo autoritario y sus perjuicios, son tantas las loas del gobierno al Papa muerto, que solo falta declararlo héroe nacional…

www.infonor.com.mx