¡AL HUESO!
To be or not to be
Atada al pasado, cuyos falsos éxitos defiende de manera reiterada, la Presidenta se mina a sí misma en la indefinición política y no logra asentar una imagen propia, de peso y fuerza, lo que le debilita para enfrentar su principal problema, Donald Trump.
“Merezco el Premio Nobel de la Paz, pero sé que no me lo otorgarán”. Donald Trump.
La indefinición como conducta está pasando cara cuenta a la Presidenta Claudia Sheinbaum en su mayor desafío, poder contener la ambición política y la belicosidad antimexicana de Donald Trump y sus principales operadores.
En las vísperas del golpe arancelario, quedó claro que ella y sus cercanos consejeros no han logrado dilucidar al showman autócrata, que logró sentarse por segunda vez en la oficina oval. Con una candidez evidente, confiaban que la multianunciada medida unilateral quedaría solo como una promesa de campaña.
Dilapidaron días valiosos en espera, cuando debían anticipar acciones preventivas. En la mala imitación de las homilías matinales de su mentor y controlador, la Presidenta dijo que tenía tres opciones -que no detalló- y solo quiso calmar los mercados anunciando un fondo de contingencia de 100 mil millones de pesos. Doña Cruda Realidad le respondió que, de aplicarse los aranceles, el impacto superaría los 450 mil millones de dólares.
Se ha repetido, el Trump de hoy no tiene las cortapisas que imponía su trabajo por la reelección en el primero período. Lo ha demostrado, por ejemplo, con acciones como la embestida franca hacia la diversidad sexual, que afecta a una comunidad con peso político importante y de la que ahora puede simplemente prescindir.
En el uso arbitrario del poder presidencial, a nivel interno solo ha encontrado límite en algunos jueces que han detenido, al menos temporalmente, decisiones que violan flagrantemente la constitución estadounidense, que allá aún respetan.
En cambio, hacia el exterior actúa sin límites y tiene a sus vecinos apanicados, como a la razón del mundo tratando de encontrar formas de defender la débil institucionalidad creada tras la Segunda Guerra, que ha logrado un moderado nivel de estabilidad.
Por ello, no son bravatas las amenazas corifeadas por sus allegados sobre acciones extraterritoriales en México -incluidas incursiones militares- para combatir a las bandas de narcotráfico, tarea que el anterior gobierno no quiso realizar y el actual no puede.
Ese, más que la contención migratoria, es el principal problema que Claudia Sheinbaum debe resolver ante la compleja relación con Trump y lo está enfrentando de mala manera.
Envolverse en la bandera como “niña héroe” y vociferar en defensa de la soberanía le reditúa muy poco internamente -donde pocos dudan que hubo colusión con los delincuentes- y al otro lado de la frontera no genera nada, como no sean sonrisas.
En la calle se escucha: “Trump es una amenaza, pero si acaba con los narcos, está bien”.
Es cierto que hay una visible reorientación en las acciones de combate, con un abandono a la tolerancia, pero el peso de la herencia negativa se mantiene y los indicadores muestran, hasta el momento, ausencia de resultados apreciables.
La propia Presidenta minimiza el valor de ese cambio cuando resalta con falsos datos la política de “abrazos” de López Obrador y señala que la suya es una continuación.
El gobierno estadounidense posee sobrada información sobre los vínculos entre los grupos delictuales y políticos mexicanos, que llevaron al anterior y al actual gobierno del país vecino a calificar al nuestro como un “narco estado”.
Por ejemplo, uno de los señalados es el actual gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha, acerca del cual sobran acusaciones y pruebas de su relación con las principales cabezas del hoy dividido cártel que domina esa entidad. Lejos de activar su destitución, como señal de cambio, la mandataria lo defiende y respalda su continuidad.
Seguramente Claudia Sheinbaum quiere ser ella y pasar a la historia política más allá de ser la primera Presidenta, pero es doblegada por el peso de la soga de horca que carga sobre su cuello, esa ratificación de mandato que está en manos del actual Plutarco, al que alaba día a día sin reparar que se mina a si misma.
Por la indefinición, no ha logrado asentar una sólida imagen de mandataria y se mantiene como una gobernante subrogada, cargando herencias malditas, rodeada por perfiles ajenos, encargada de viabilizar políticas y acciones con las que, incluso, no concuerda.