Opinión
Miercoles 22 de Enero del 2025 10:00 hrs

Por Fin, Terminó el 2024


Así, con la toma de protesta de Donald Trump termina el año en que las bases del nuevo mundo, en el que nos tocará vivir, donde tendremos que construir un futuro para las generaciones que vienen, quedan asentadas para las próximas décadas.

El lunes, por fin, terminó el 2024. Fue todo lo que prometía y más. 

Comenzó como uno de muchísima incertidumbre: los procesos políticos en México y Estados Unidos, la constante alerta mundial por guerras, catástrofes naturales, el minucioso combate a la inflación y la acelerada llegada de nuevas tecnologías jalando cambios profundos en la economía y la sociedad, garantizaba un año en exceso volátil, incierto, complejo y ambiguo. 

A medida que el 2024 avanzó, los peores escenarios se hicieron realidad. 

Contrario a toda esperanza y en total incredulidad, los resultados menos favorables para la estabilidad se concretaron: el triunfo avasallador de Morena, la desenfrenada ejecución de cambios estructurales en México y el regreso de Trump a la presidencia en Estados Unidos con una legitimidad y mandato muy superior al anterior. Todo esto en un entorno de constantes crisis y fuegos, a nivel mundial y en todos los índoles, hicieron del año uno de los más difíciles que nos ha tocado vivir.

Los resultados de un año tan complicado no fueron evidentes mientras transcurría. O no los quisimos ver. No fue sino al cierre y la revisión de los reportes consolidados de los 12 meses que se hizo evidente. 

La revisión de la información durante las primeras semanas del año, cayó como cubetadas de agua fría. En lo público y privado fuimos conociendo la realidad. Para la iniciativa privada y las empresas fue, cuando más, un año mediocre. Para la mayoría un año evidentemente malo. Un año pésimo para los mexicanos, la baja creación de empleos formales, el incremento en la pobreza laboral y el escaso aliciente de mejoras en la calidad de vida, surgieron dramáticamente a la vista. 

Para el gobierno no fue un año mejor. El escaso margen financiero y la incapacidad para dar resultados en los compromisos básicos hacia la población: seguridad, salud y educación, lo enfrentan a retos que pensábamos superados desde hace muchas décadas.  

En conjunto con la destrucción institucional y el retroceso democrático, en un entorno internacional complicado, ponen al 2024 como uno de los peores años de la historia reciente para el Estado Mexicano. 

Así, con la toma de protesta de Donald Trump termina el año en que las bases del nuevo mundo, en el que nos tocará vivir, donde tendremos que construir un futuro para las generaciones que vienen, quedan asentadas para las próximas décadas. 

El mundo que se termina de definir con el final del 2024 nos demuestra que el péndulo que empuja hacia el multilateralismo, la corrección política y el progresismo social agotó su inercia. En su carrera de retorno, va acelerándose de vuelta hacia el aislacionismo, populismo autoritario, sectarismo y la ley del más fuerte. Aquello que, sin duda, marcará la primera mitad del siglo XXI.

El cambio de rumbo genera un ruido ensordecedor de opino logos, analistas y comentaristas que buscan generar audiencias. La polarización, cultivada como sustento de movimientos radicales, populistas y autoritarias, usan las redes sociales y sus cajas de resonancia para dar vida la constante propaganda que clasifica escenarios opuestos dependiendo de que extremo se encuentre. Lo mismo pude ser el genésis, paraíso y vida eterna, cuando se ve desde la posición propia, que el apocalipsis, infierno y condena hasta el final de los tiempos, cuando la posición es la del adversario. 

No existen, ya casi, puntos de encuentro al centro de la vida pública. El mundo parece un lugar más incierto y peligroso de lo que es, y los liderazgos parecen más dispuestos a ejercer el músculo para encender a sus seguidores, que a razonar para encauzarlos.

 El 2024 terminó apenas, con la toma de protesta de Trump. Desgastados, golpeados, agotados, maltrechos en un mundo que parece peligroso. Igual, sobrevivimos y, casi de inmediato, se vislumbran razones para el optimismo. 

El tablero de la política electoral se hace de lado, dando espacio para el de la política real, la que construye resultados. Para México, los jugadores, internos y externos, ya tomaron su lugar. Las fichas se acomodan rápidamente y las reglas, límites y ambiciones se abren sobre la mesa.

Falta, todavía, mucha negociación y acuerdos para una estabilidad total. Pero, ya hoy, un par de días después, se vislumbra la ansiada estabilidad que permita olvidar el torbellino del que venimos. 






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