Lo Que El Dinero No Compra
...De la misma manera, el no reconocer el espíritu de capitalismo de cuates sobre el que se forjo el éxito empresarial de su conglomerado es, evidentemente, tratar de justificar ser lo que uno es. No es necesario obtener un Premio Nobel, se puede ser un imbécil y, aun así, darse cuenta de que, el talento para encausar la iniciativa de los gobernantes en turno, obteniendo su beneplácito para la ejecución del presupuesto público, sean del talante que sean, en un país como México, es condición sine qua non para acumular grandes fortunas.
El dinero compra cosas; mucho dinero compra muchas cosas.
Seguro que la persona más rica de México compra cosas que ningún otro mexicano podría comprar. Compra acceso a políticos de todos niveles colores y sabores, incluyendo a presidentes de México y de casi cualquier otro país. Compra el respeto, la admiración y, también, la envidia de mucha gente. Compra información, reportes, análisis y analistas en todas las materias. Compra el talento, espíritu y motivación de todo tipo de socios, colaboradores, servicios y ayudantía.
El pasado lunes, el hombre más rico México compró reflectores para su tradicional conferencia de prensa anual.
Carlos Slim nos cuenta, en voz propia, la historia de su emporio, el origen de la casa de bolsa, la integración del grupo financiero y el emporio industrial a través de la adquisición de empresas y la oportunidad de compra de Telmex.
El dinero compra muchas cosas, el talento no es una de ellas, es algo que se trae. En la historia que Slim cuenta se hace evidente que no le falta talento. Queda claro que ha logrado orquestar los más diversos esfuerzos con una visión clara y enfoque de creación de valor financieramente redituable, contablemente evidenciable, como pocas personas en la historia.
Por voz del propio líder de Grupo Carso y Grupo Financiero Inbursa, podemos saber que el emporio empresarial es un jugador clave en la historia económica y política del México de la transición, del México del neoliberalismo que hoy tan denostado esta.
Desde la década de los ochenta hasta el día de hoy, logró ponerse en el centro de la nomenclatura empresarial y política que desarrolló a México pero que no cambió la desigualdad. El talento de orquestar esfuerzos se vio acompañado por la oportunidad única en un México que estaba cambiando su régimen económico, pero que no logró desarrollar a su población.
Carlos Slim compró reflectores y la atención de todo México, pero no pudo comprar el dejar otro sabor que no fuera lo que le ha quedado a deber a los mexicanos.
Su reclamo al Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFETEL) no parece reconocer que, sin las regulaciones impuestas, por sí mismas las empresas del grupo no hubieran ofrecido la reducción en costos y el desarrollo en la última década. No existe la humildad de aceptar que, aun con la acción del extinto organismo regulador, la predominancia ha sido real. Y que, ahora que desaparece, el riesgo de usar ese talento orquestador para empujar un monopolio es otra realidad.
De la misma manera, el no reconocer el espíritu de capitalismo de cuates sobre el que se forjo el éxito empresarial de su conglomerado es, evidentemente, tratar de justificar ser lo que uno es. No es necesario obtener un Premio Nobel, se puede ser un imbécil y, aun así, darse cuenta de que, el talento para encausar la iniciativa de los gobernantes en turno, obteniendo su beneplácito para la ejecución del presupuesto público, sean del talante que sean, en un país como México, es condición sine qua non para acumular grandes fortunas.
No se puede evitar quedarse con el sabor de que ha comprado muy barato ser el hombre más rico de México y de haber llegado a ser, sobre los hombros de la nación, el hombre más rico del mundo.
Evidentemente, por algo ha acumulado la fortuna que ostenta. Seguramente, si el dinero también comprara la sabiduría para acrecentar el bienestar de sus connacionales de la misma forma en que se multiplicó el valor de sí mismo, la fortuna propia sería mucho menor.
Si ese fuera el caso, seguramente Carlos Slim no podría comprar los reflectores que tuvo hace un par de días y a nadie le importaría lo que tenga que decir.
Triste dilema de los tiempos que nos han tocado vivir.