Opinión
Sábado 05 de Octubre del 2024 06:40 hrs

La Oportunidad


Las contradicciones aumentan el reto para la próxima administración que, ya de por sí, es enorme: Claudia prometió a manos llenas, a propios y extraños. Muchas de sus promesas son incompatibles, tendrá que decidir por una u otra

El, todavía, presidente, López Obrador, tiene razón: la depreciación de la paridad peso no se puede considerar una devaluación y no es algo de que preocuparse, todavía. 

En algunos sectores, los ligados a cadenas productivas de exportación, que han sobrevivido en los huesos con un tipo de cambio por debajo de los 17 pesos, se ha podido escuchar un gran suspiro de alivio. Un cambio normal, de equilibrio de poder adquisitivo, estaría cercana a los 21 pesos por dólar. La interpretación es correcta; simplista, pero correcta, todavía hay oportunidad.

Eso sí, el término que usa el presidente: devaluación, ya no aplica ante un tipo de cambio fluctuante, sujeto a las fuerzas del mercado. Vale la pena recordar que, si bien los mexicanos no hemos superado el trauma del último tercio del siglo XX: las crisis económicas sexenales acompañadas de la súbita devaluación de un tipo de cambio fijo que, junto con la inflación inducida, pauperizaba la capacidad de gasto de la población y su bienestar, hoy podemos afirmar que, a partir de las reformas “neoliberales”, el valor del peso y su volatilidad tiene más que ver con factores externos que con la política económica interna. 

Sin embargo, dos cosas nos deben de preocupar, dos hechos que muestran un retroceso en este sentido. 

Primero, el gradual incremento del valor del peso hasta un tipo de cambio, que se sostuvo por debajo de los 17 pesos por dólar, por buena parte del 2023 y hasta hace unos días. Y lo que esto nos dice del deterioro estructural.

El segundo es el deslizamiento repentino que, si bien no es un problema nos muestra que los factores coyunturales que afrontamos podrían ya no ser sostenibles estructuralmente. 

 Muchas conjeturas se hicieron para justificar la increíble fortaleza del peso: la debilidad del dólar, la diferencia en tasa de interés real, el récord de remesas recibidas, los flujos de dinero ilegal, no rastreable, del crimen organizado, el nearshoring, los flujos de inversión y la confianza de los grandes capitales en México.

Nadie ha podido dar una explicación, sustentada con datos contantes y sonantes, al superpeso. Parece, más bien, que la combinación de desequilibrios financieros, generados por una política económica, social, y de seguridad nacional (léase: la relación con factores de poder como el crimen organizado y fuerzas armadas) desordenadas, dieron la oportunidad a riquezas no completamente legítimas, de obtener grandes ganacias en México sin tener que contribuir al bienestar de la nación. 

Estructuralmente, nuestro país se convirtió en una oportunidad para que capitales de cualquier naturaleza extraigan valor, cobrando rentas al gobierno, el sector productivo y la población, sin retribuir económicamente, y creando una burbuja financiera.

Sin un sustento estructural, la burbuja puede reventar con cualquier pinchazo; el cambio porcentual en el valor del peso en una semana es solamente comparable con momentos de altísima incertidumbre como la llegada de Trump, con la amenaza de cancelación del TLC, y el freno en seco de la economía mundial ante el COVID. 

La super mayoría con la que contará Claudia es considerada por los mercados, legítimos e ilegítimos, de esa misma magnitud, y las declaraciones de los Obradoristas de hueso duro, y cabeza más, empezando por Andrés Manuel, solo contribuyen al nerviosismo. 

A la vez, las declaraciones de Claudia y su equipo, las llamadas que presumió con las titulares del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y la reunión con los representantes de la Casa Blanca el día de ayer, han buscado dar certidumbre y dirección. 

Las contradicciones aumentan el reto para la próxima administración que, ya de por sí, es enorme: Claudia prometió a manos llenas, a propios y extraños. Muchas de sus promesas son incompatibles, tendrá que decidir por una u otra: más programas y gasto social sin una reforma fiscal; crecimiento económico y grandes proyectos de infraestructura eliminando contrapesos y, con ello, la certidumbre jurídica; energía limpia y suficiente sin una reestructuración profunda de Pemex y la CFE; democracia combatiendo la transparencia, rendición de cuentas y pluralidad. 

El reto más grande de Claudia es, sin embargo, reconocer que el mandato de las urnas es también una gran oportunidad: gran oportunidad y legitimidad de hacer las cosas bien, empezando por controlar al Presidente.






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