Opinión
Viernes 22 de Noviembre del 2024 00:02 hrs

Remembranzas

La noche de la renuncia


En pocos ámbitos los giros son tan abruptos como en la política y el servicio público, la que se espera sea una llamada de felicitación puede llevar un propósito menos amable, una fiesta puede terminar en triste despedida...

No me acuerdo muy bien si el hecho que narraré sucedió en 1974 o en 1975. Ha pasado tanto tiempo que los recuerdos se nublan. En fin, lo importante es lo que sucedió y cómo sucedió.

Era la noche de Año Nuevo. Yo era secretario particular del subsecretario de Recursos No Renovables de Patrimonio Nacional. El secretario era el Lic. Horacio Flores de la Peña. La noche anterior, Flores de la Peña había regresado de Cuba y nos invitó, a los que trabajábamos en su secretaría, a pasar el Año Nuevo en su casa.

Pasé por mi jefe, el Lic. Jorge Leipen Garay, y su esposa, y nos dirigimos a la casa del ministro. Llegamos como a las diez de la noche y ahí estaban ya los otros subsecretarios y sus esposas, y los colaboradores más cercanos de cada funcionario. El Lic. Flores estaba platicando de su viaje a La Habana cuando le avisaron que le llamaba por teléfono el presidente de la República, el Lic. Luis Echeverría. Todos nos quedamos comentando que seguramente le hablaba para desearle feliz año. Pero cuando regresó el Lic. Flores nos comunicó que el presidente le había pedido su renuncia, y que al día siguiente, primero de enero, a las diez de la mañana, tomaría posesión como secretario de Patrimonio, el Lic. Javier Alejo.

Hay que decir que todavía en esos momentos Javier Alejo era el director del Fondo de Cultura Económica, la editorial del gobierno, que en esa época tenía un enorme prestigio en el ámbito literario a nivel internacional pues se cuidaba mucho tanto la calidad de sus productos como la de los escritores publicados, y quienes ahí laboraban eran personalidades de renombre, como Alí Chumacero, el director editorial, Jaime García Terrés, el subdirector del FCE, Guillermo Hernández, el director adjunto de la empresa, y así otros más, grandes personajes de la literatura nacional. Yo había trabajado un tiempo ahí y los conocía a todos, así que me dije que quizás volvería al FCE.

Está de más decir que después de la noticia de la petición de la renuncia, la fiesta se terminó. Además, Flores de la Peña nos pidió que estuviéramos todos en la secretaría al día siguiente con las renuncias por escrito de todo el personal, tanto de las subsecretarías como de las empresas que dependieran de cada una, para entregárselas al Lic. Alejo, con el fin de que él pudiera nombrar con libertad a sus colaboradores en todas las áreas.

Esa noche me fui a las oficinas de la subsecretaría con las personas que me ayudaban para hablarles a los directores, a los presidentes de las empresas mineras, al director general de Minas, al del Consejo Nacional de Exploraciones, al director del Laboratorio —el más grande de minería—, para que nos llevaran sus renuncias y las de sus colaboradores más cercanos. Por la fecha, fue muy difícil localizar a todo el mundo, pero al final lo logramos mi equipo y yo. En la madrugada todos estaban notificados.

Esa noche también redacté mi renuncia y la de mi jefe, y luego me puse a hacer cuentas, a ver cuál era el saldo en mi chequera y lo que debía, y pues la verdad es que el panorama era bastante sombrío.

Al día siguiente, desde primera hora, recibimos a las personas que iban llegando de todas partes de la República con las renuncias. Después le informé a mi jefe que ya estaban casi todos los directores, y que ya tenía en mi poder las renuncias, y se las entregué. Momentos después todos juntos bajamos al tercer piso del edificio de la secretaría, ubicado en Insurgentes y Viaducto. Entramos a las oficinas del secretario y ahí estaba ya el Lic. Flores, junto con algunos funcionarios. Poco después le avisó su secretario particular que el Lic. Alejo ya había llegado. De inmediato Flores de la Peña salió a recibirlo. Al entrar, Javier Alejo fue saludando a todo mundo, pues a todos conocía.

Pasamos a la sala de juntas y ahí Flores de la Peña dio un discurso sobre la necesidad de renovar cuadros y dar la estafeta a la gente joven, pues el futuro era de ellos. Al terminar, le entregó a Javier Alejo las renuncias de los funcionarios que formaban la secretaría. Todos vimos, con tristeza y temor, cómo Javier puso las renuncias sobre la mesa, frente a él. Tomó la palabra y dio un gran discurso sobre el paquete que le dejaba el Lic. Flores, ya que había hecho un gran trabajo, destacado incluso a nivel internacional. Dijo ser uno de sus alumnos y destacó el orgullo de haber aprendido de él lo que sabía de su carrera.

Al terminar, se dieron un abrazo, y entonces Javier tomó las renuncias y las arrojó —junto con nuestro negro destino— al bote de la basura. Y nos pidió que siguiéramos trabajando todos, sin cambios. Se oyó un suspiro de alivio generalizado y al pasar a saludarlo nos dio la bienvenida para trabajar con él.

Se rio cuando, al saludarlo, le dije que si me hubiera aceptado la renuncia le hubiera tenido que pedir prestado para pagar la renta. Y me dijo que si quería volver a trabajar en el Fondo de Cultura Económica podría hacerlo. Le agradecí y quedé de platicar luego con él.

Al regresar a las oficinas, todos nos referíamos a Javier como “San Alejo” y le dábamos las gracias desde nuestro corazón y pensamientos.

Esa fue una noche de Año Nuevo imposible de olvidar. Cuando me fui a París, volví a ver al Lic. Horacio Flores de la Peña pues él era el embajador de México en Francia. Esa fue también una gran experiencia, algunos de cuyos fragmentos ya he narrado aquí.






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