Opinión
Viernes 22 de Noviembre del 2024 00:55 hrs

Remembranzas

La Alfabetización


En ciertas circunstancias una iniciativa de alfabetización para adultos puede dejar también enseñanzas para quienes organizan el lanzamiento del programa

Si actualmente México tiene un porcentaje de alfabetización de más o menos el 95%, a mediados de los años 80 era inferior. En 1986, yo era el director de Administración y Servicios Generales de la Compañía Real del Monte y Pachuca, empresa paraestatal, que tenía cinco mil trabajadores sindicalizados. El nivel de alfabetización de los mineros de la compañía y sus familias era inferior a la media nacional, por eso pensamos poner en marcha un gran proyecto que podría ponernos a nivel nacional.

Hablamos con los líderes de las secciones uno y dos del sindicato minero y estuvieron de acuerdo en que se realizara la campaña de alfabetización. Se fijó una fecha tentativa pues había que contar con las agendas del líder nacional, don Napoleón Gómez Sada, del secretario del Patrimonio Nacional, y de algunos miembros del Consejo de Administración de la empresa, y obvio, pensábamos contar con la asistencia de la prensa nacional.

Por mi puesto, tuve que encargarme de todo, junto con mi equipo, y con el apoyo de los líderes de las secciones del sindicato, pues a ellos también les interesaba ya que serían los primeros en el país en realizar ese proyecto.

Fui varias veces a la Ciudad de México a entrevistarme con don Napoleón, y finalmente me dio una fecha y una hora de mediodía, para inmediatamente después de la ceremonia de inauguración hacer una gran comida, que invitaría él y pagaría la empresa. Con esa fecha, mi jefe, el director de la compañía, logró que el secretario del Patrimonio Nacional confirmara su asistencia, junto con el subsecretario de Recursos No Renovables, aseguró también la asistencia de una buena parte de los miembros del Patronato de Administración, pues el proyecto había prendido muy bien entre nuestros amigos de la prensa local y nacional, entre otras cosas porque todos los estados del país tenían oficinas de la Comisión de Fomento Minero, que dependían de Patrimonio Nacional, y el secretario tomó el proyecto como suyo pues sabía lo que esa campaña de alfabetización representaría en publicidad y buenos ojos de la sociedad en general.

Así, nos dimos a la tarea de contratar maestros especializados en alfabetización de adultos, de adquirir los materiales que nos solicitaron y de adecuar los lugares para las clases.

Cuando llegó la fecha, desde muy temprano repasamos con “checklists” todos los pendientes: el auditorio, las sillas, las mesas, libretas y lápices. Luces y aire acondicionado. Presídium, sonido, orden del día y orden en que hablarían los invitados de primer nivel, excepto yo que iniciaría el evento para explicar el proyecto, y agradecer por su asistencia a los tótems de la minería, a la prensa invitada y a todos los asistentes. Teníamos vasos con agua en cada lugar del presídium (pues no existían aún los botellines). Teníamos lugares de estacionamiento para todos los invitados, un comité de funcionarios de la empresa para recibirlos, un salón de espera, hasta que se diera la indicación de iniciar el magno evento, etc.

Revisamos con los del sindicato que hubieran invitado a los mineros. Me comunicaron que se les había avisado a todos en cada una de las minas acerca del evento y la obligación de asistir.

El espacio para la comida estaba listo y los manjares en preparación estarían a punto para ser servidos a la hora señalada. Todo estaba listo. Se dio la indicación y pasamos al auditorio. En primera fila estaban los miembros del sindicato y los invitados tomaron sus lugares según lo señalaban los personalizadores. Don Napoleón elogió el detalle de que fueran los invitados los que entraran primero y no a la inversa, ya que siempre son los asistentes como público los que tienen que esperar. Todos estuvieron de acuerdo con su reflexión.

Yo estaba nervioso pues no veía que llegaran los mineros, así que bajé del foro y le pregunté a los líderes sindicales qué sucedía. Ellos también estaban desconcertados, y lo que me dijeron me dejó boquiabierto. No sabían qué pasaba pues habían puesto “letreros en todas las minas y en todos los espacios en los que se juntaban los trabajadores, invitándolos a los cursos de alfabetización; y en los carteles decía muy claramente la hora y el lugar, y se les pedía su puntual asistencia”. Entendí qué sucedía y lo que no sucedería.

Fui con los invitados y les dije, evitando la mirada asesina de mi jefe, la realidad de la situación. Entre risas de los meros meros pasamos al comedor, y quedó la inauguración de la campaña alfabetizadora para otro momento. La prensa, por supuesto, no guardó silencio del suceso.

Pero, aunque nos quedamos sin inauguración, realizamos el proyecto.






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