Opinión
Sábado 05 de Octubre del 2024 08:13 hrs

Honrar la Palabra o “E” menos 32


En México, mentir, faltar a la palabra empeñada, desdecirse o actuar de la manera en que se juró nunca se actuaría, no tiene consecuencias para los políticos. Pero tampoco para ningún miembro de la sociedad, para ningún ciudadano

La pregunta es ¿Qué lleva a un político a desdecirse, faltar a su palabra y terminar haciendo justo aquello que juró y perjuró que no haría?

Estamos hablando de Samuel García, Gobernador de Nuevo León. Pero bien podríamos estar hablando del 99.999% de las personas que compiten, y acceden, a cargos públicos. Coloquialmente, a quienes les llamamos “Los Políticos”. 

Algunos, como López Obrador, tienen la desvergüenza de empeñar su palabra a la primera provocación, mintiendo ostensiblemente al momento en que lo hacen. Ahí, frente a millones de mexicanos, portando la “investidura” presidencial, se vuelve una burla: un reto personal de ver cuántas veces se puede salir con la suya impunemente, cuán ciegos son sus seguidores e incapaces sus oponentes. Esa sonrisa burlona se le sale, seguramente, cada vez que se lo piensa.  

Pero no nos azotemos, no nos demos golpes de pecho. En México, mentir, faltar a la palabra empeñada, desdecirse o actuar de la manera en que se juró nunca se actuaría, no tiene consecuencias para los políticos. Pero tampoco para ningún miembro de la sociedad, para ningún ciudadano. 

La trampa, chapuza, engaño o despiste es parte de la vida personal y nacional.

Lo hace el papá frente a su hijo que, por consecuencia, en silencio y observando, aprende a mentir sin remordimiento moral. 

Lo hace el despachador, dando cambio incompleto, ante el incauto que, cuando se da cuenta, ya no tiene oportunidad de reclamar. 

Lo hace el mesero apuntando unas bebidas de más en contubernio con el administrador del local. 

Lo hace el empresario que entrega gato por liebre, tiburón por bacalao o una estructura debilitada por la que circulan millones de personas al año. 

Lo hace el servidor público que, ante el desconocimiento del ciudadano, ofrece simplificar el procedimiento administrativo o sanción inexistente. 

Que lo haga un político, como Samuel García, faltando a su palabra, pidiendo licencia para buscar la candidatura presidencial, no sorprende, es normal. 

Se podría justificar pensando que el joven gobernador no juega a gobernar, juega a política electoral. Su apuesta es que, en el rio revuelto que es la política en la actualidad, él cuenta con algunos años para recolectar las ganancias de lo que logre pescar. 

No es necesario especular, Dante fue claro: el precandidato del partido será Samuel, mientras que el precandidato ciudadano, Ebrard. Sabiendo que no ganará la elección presidencial, algo debe de haber amarrado para ser tan enfático.

Ebrard no ganó la encuesta de Morena, pero ha sido cauto en no romper con López Obrador. Sus cercanos, Micher, por nombrar a uno, insisten: él estará en la boleta. 

Por otro lado, a Samuel ya se la cantaron, la mayoría opositora del congreso local no le dará la licencia, tendría que renunciar. ¡Pues que le nieguen la licencia! Imposible mejor narrativa: MC, ante la intolerancia de los partidos de siempre, no tiene opción más que dejar pasar, legitimado, a Ebrard. 

Y ¿Qué tal si se les ocurre, por descuido, especulación o moche, otorgarle licencia? ¡Órale, vas! No harm done, ningún problema. Al término de las precampañas, frente a Marcelo que lo adelanta, regresa, tranquilo, a Palacio de Gobierno.

En cualquier caso, la candidatura de Marcelo en MC se legitima, mientras que Samuel, podrá decir, con un pequeño trastoque de la realidad, que no faltó a su palabra de gobernar Nuevo León hasta el 2027, y que está listo para el 2030. 

López Obrador, y la trans mini me, quedan complacidos y les abren espacios; Dante se mantiene vigente como oposición, mientras le da la mano, por debajo del mantel, a la transformación. 

Si, ladrón es ladrón, así robe un peso que un millón, podríamos decir que, ¿lo mismo aplica para el que falla a su palabra? 

La vida nos presenta, a todo ser humano, con retos, dificultades y circunstancias que obligan a faltar a la palabra, entonces ¿Debemos de ser tolerantes con el político que miente o falta a su palabra? ¿Dónde está el límite? 

La respuesta no debería de ser tan complicada: si Samuel, o cualquier otro, quiere ser presidente y encuentra el camino para llegar a ello, que mejor. Pero, por dios, hay que exigir que se hable con la verdad. 






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