¡AL HUESO!
Esperando a King Kong
Cuando estamos frente a un Donald Trump que inicia su segundo período sin las cortapisas que significaban sus necesidades electorales, y que ha anticipado extremar presiones para someter a México, nuestro país se encuentra en una situación de extrema debilidad interna y externa.
“Sí, queremos volver al pasado, pero no al que ella alude, sino al que construimos en muchos años de lucha”. Acosta Naranjo.
En momentos álgidos de la guerra fría, México tuvo una destacada actuación en pro de la paz y sus diplomáticos jugaron un papel activo en promover al menos mínimo entendimientos entre los dos grandes bloques, con el fin de limitar el riesgo de una confrontación abierta.
Los gobiernos de la época, si bien recibieron presiones constantes para adscribirse en forma activa hacia uno u otro lado, mantuvieron una actitud de independencia y aunque subrepticiamente -está probado- actuaban como agentes encubiertos de Washington, desarrollaban a la vez una relevante labor pacificadora internacional.
Farol de la calle, se decía internamente, porque no se buscaba la misma concordia a nivel local, pero México asentó prestigio y recibió reconocimientos.
Caso señero fue el trabajo fundamental que ejerció el diplomático Alfonso García Robles, con su mayor concreción en el denominado “Tratado de Tlatelolco”, acuerdo de proscripción de las armas nucleares en América Latina y que le hizo acreedor al Premio Nobel de la Paz en 1982.
La fuerte presencia externa permitió a los sucesivos gobiernos negociar en un nivel de altura y obtener beneficios como la firma del tratado trinacional original.
Esa dinámica, que con altos y bajos mantuvieron sucesivos secretarios de Relaciones Exteriores, con actuaciones destacadas como las de Santiago Roel, Jorge Castañeda padre, Bernardo Sepúlveda y Rosario Green, llegó a su fin con el gobierno anterior, en que el prestigio diplomático de México se hundió primero en las “puntadas” del Presidente y luego en la abierta alineación con regímenes antidemocráticos.
Sumado el apocamiento personal de López Obrador antes sus congéneres, más la difusión global de la vorágine de delincuencia y violencia que enfrentamos, hubo obvio resultado: el gobierno dilapidó el prestigio internacional, con efectos adversos como -entre otros- la limitación de las oportunidades del nearshoring, cuestionamiento de sus dos principales socios con riesgo de cancelar el TLCAN y una imagen negativa ante el mundo.
Sin variación, la Presidenta Claudia Sheinbaum ha mantenido la misma orientación de una política exterior alineada con gobiernos autoritarios y dictatoriales y alejada de la acomodaticia neutralidad retórica que permitía la muy manosea “Doctrina Estrada”.
Cuando estamos frente a un Donald Trump que inicia su segundo período sin las cortapisas que significaban sus necesidades electorales, y que ha anticipado extremar presiones para someter a México, nuestro país se encuentra en una situación de extrema debilidad interna y externa.
En los hechos se ha quedado prácticamente solo, porque totalmente disminuido dentro de la política global, no recibirá un apoyo efectivo de países enfrascados en definir su posición ante el nuevo juego de intereses que impondrá el gobierno de Estados Unidos. En ese contexto, el alineamiento con regímenes repudiados como los de Nicaragua, Cuba o Venezuela representa definitivamente más un lastre que un activo.
King Kong ya llegó y de nada sirven ante él trasnochadas brabuconadas patrioteras.