Esperando
El mundo, sin duda, está sufriendo cambios radicales en lo político. Tanto en lo interno de muchas naciones, como en la geopolítica, las reglas, acuerdos, tratados, constituciones, leyes y reglamentos escritos y tácitos se están rompiendo. La era del concilio terminó para dar paso a la regla de la fuerza.
Escribo mientras espero el discurso de Trump a sus Senadores y Representantes. Unas horas después de que se hicieron efectivos los temidos aranceles a México y Canadá, y, a pocos minutos de que cundiera por todos los medios que el secretario de Comercio, Howard Lutnick, matizó que se podría llegar a un acuerdo entre los tres países el día de mañana.
¡Que locura!
Solo por no dejar, ahí va: la semana pasada, el dólar subió de los 20.58 (tipo de cambio de equilibrio en los mercados internacionales) después de quince días de estar por debajo de 20.40, cuando Trump dijo, casualmente, hoy entrarían los aranceles. Cerró la semana y, al llegar el lunes, bajó de los 20.44. Algo más tarde, se difundió el comunicado instruyendo su aplicación y comenzó a subir hasta rozar los 21 pesos hoy a medio día. Pero, poquito después, ¡Pum! Para abajo a 20.54 tal como empezamos la semana.
Por eso estoy esperando, sin mucha esperanza, las palabras de Trump: no espero que diga nada que valga la pena. Mucha construcción retórica, mucho auto halago, mucha crítica sin sustento al gobierno anterior, ¡Bla, bla, bla!
Aquí estoy esperando y, por eso, me tomo la libertad de justificarme. Hoy, escribir sobre cualquier otra cosa que no sea Trump es irrelevante. El tema es los aranceles y, por consiguiente, el mensaje de Trump. Cualquier otra cosa importante: que si se aprobó la iniciativa anti-nepotismo ¿Qué más da? Que si la violencia sigue rampante, costumbrismo mexicano. Que si se violó la constitución con el traslado de 29 delincuentes, si se tratara como abuso sexual, todo el Congreso y la mayoría de los gobernantes estarían tras las rejas.
Que si esto, que si el otro. Mucho ruido, muchas cosas, diversas y desagradables, que nos llegan de forma desarticulada, sin aparente relación, sentido ni lógica.
Entre tanto ruido, se asoman señales difíciles de distinguir. Y, dando cuenta de ello, en la columna de la semana pasada, llamé la atención de mi editor.
El insensato de mi me aventé la siguiente afirmación: “Este año, para quienes tienen contacto directo con el mercado, el instinto dice que, en el contexto geopolítico que este 2025, regresaremos a ser un lugar altamente atractivo para la inversión. No por que sepamos aprovechar el viento de donde venga. Sino porque se siente que, pronto, comenzará a soplar a nuestro favor.”.
Aprovechando que aquí sigo esperando para volver a justificarme, es insensato escribir esas palabras justo cuando los nervios de todo el mundo están como cuerda de violín desafinado. Cuando los ánimos de los mexicanos tallan el pavimento.
El mundo, sin duda, está sufriendo cambios radicales en lo político. Tanto en lo interno de muchas naciones, como en la geopolítica, las reglas, acuerdos, tratados, constituciones, leyes y reglamentos escritos y tácitos se están rompiendo. La era del concilio terminó para dar paso a la regla de la fuerza.
Pero, por más que el político quiera escribir la historia, la realidad nos dicta que, más bien, está sujeto a sus caprichos.
La realidad siempre se impone. Mientras más fuerte la tratas de moldear, más fuerte te reacciona. Mientras más rápido lo haces, más rápido te responde.
Trump llegó con fuerza y rapidez, como una avalancha. Pero tengo la sensación, es más, estoy convencido de que no existe forma de que en el ámbito económico México y EE. UU. se desacoplen. Estoy convencido que Trump se está quedando sin armas que pueda usar. Estoy convencido que, podrá no caerme bien, podré considerarlo un troglodita, podrá ser una persona enteramente transaccional, sin compas ético ni remordimiento alguno, pero no es tonto y no se va a dar un balazo en el pie.
Estoy convencido que la realidad ya descontó buena parte de lo peor que puede venir para México y que, ante la avalancha que nos ha atropellado, se ha forzado una profunda reflexión en liderazgos y las cúpulas políticas y económicas.
La inercia nos llevará por caminos tomados, por ejemplo, la reforma judicial. Y las cosas no regresarán a ser como antes; los principios de política que rigieron en el siglo pasado, ya no van a ser. Pero soy optimista de que, considerando los cambios, estamos a meses – sí meses – de que los vientos cambien a nuestro favor.