Opinión
Lunes 24 de Febrero del 2025 09:41 hrs

¡AL HUESO!

En chino


...nuestro país en mayor medida se mantiene como un maquilador, ensamblador con piezas e insumos que en buena parte provienen del exterior, y ha sostenido de atractivo básicamente mano de obra competitiva, sin impulsar desde los gobiernos desarrollo científico que genere una amplia base tecnológica propia y sin siquiera, por ejemplo, invertir en infraestructura que apoye ese frágil modelo.

“Socialismo no es lo mismo que pobreza compartida; ser rico es glorioso”. Deng Xiaoping.

Hace poco menos de medio siglo, en los inicios del último cuarto del 20, China era un país subdesarrollado, con amplias regiones agrarias atrapadas en rasgos de feudalismo y que enfrentaba los duros costos económicos y sociales del fracaso económico de su gran líder histórico, Mao Zedong.

Por largos años compañero de lucha de Mao y uno de los principales dirigentes de la Gran Marcha que llevó a la constitución de la República Popular, Deng Xiaoping había marcado distancia de los radicales del maoísmo a partir de un pensamiento moderno, pagó con purgas por ello. Sin embargo en la crisis, momento de desastre, asumió el mando de la nación más poblada e inició un modelo de desarrollo que en solo cuatro décadas la ha situado como desafiante potencia mundial. Y Washington siente pasos en la espalda.

A diferencia del duro socialismo autocrático de Zedong, que intentó la industrialización a partir de una cerrada planificación central, Deng sin ceder el férreo control político del país planteó un socialismo más liberal, ajustado -dijo- a las particularidades chinas, con un modelo de economía de amplios rasgos capitalistas y abierta a la inversión externa.

Múltiples incentivos, bajo costo de una mano de obra disciplinada y la tradicional habilidad de los chinos fueron atractivos poderosos para fabricantes de todo el mundo, ávidos de competir con menores precios, que aprovecharon esas ventajas y trasladaron al coloso asiático buena parte de sus procesos productivos.

El boom maquilador, primer escalón de la industrialización, funcionó como kínder fabril para millones de chinos desplazados de una agricultura también en tecnificación y fue acompañado por el envío de miles de jóvenes a estudiar en el extranjero, procesos de absorción del conocimiento industrial occidental e inversión gubernamental en desarrollo científico propio.

“Se fusilan todo y hacen copias muy malas”, era la opinión inicial, hasta que asumieron un nivel industrial que hoy les permite ofrecer “la calidad que quieras” y competir de igual a igual, en cualquier mercado, con los más reputados fabricantes mundiales. Ejemplo: su industria espacial en 2019 fue la primera en llegar e investigar el lado oculto de la luna.

La apretada reseña de un proceso histórico que merece mucho más, viene a cuento para realizar una comparación con México, cuando la economía de nuestro país afronta mares tormentosos por su enorme dependencia de los humores reinantes en Washington.

En acertado análisis, la diferencia fue abordada hace unos días por el economista Simón Levy, quien plantea como mientras China asumió con decisión ese vertiginoso proceso, México desperdició muchas de las posibilidades de desarrollo industrial propio que abrió la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. 

Si hay industrias nacionales exitosas, fuertes exportadoras, que actúan eficientemente en campos de oportunidad, pero ha sido básicamente resultado de la visión y el esfuerzo de empresarios sin mayor acompañamiento de una política gubernamental.   

En síntesis, señala Levy, nuestro país en mayor medida se mantiene como un maquilador, ensamblador con piezas e insumos que en buena parte provienen del exterior, y ha sostenido de atractivo básicamente mano de obra competitiva, sin impulsar desde los gobiernos desarrollo científico que genere una amplia base tecnológica propia y sin siquiera, por ejemplo, invertir en infraestructura que apoye ese frágil modelo.

(Para comprobarlo basta recordar el desastre con la reciente administración de María Elena Álvarez Buylla en CONACYT o el estado lamentable de la red carretera nacional). 

De allí, sostiene, que estemos en posición de alta vulnerabilidad ante cambios de políticas de nuestro principal socio comercial, que hoy por la vía del cierre arancelario de fronteras quiere apuntalar su decaída manufactura, presionando la relocalización interna de fábricas que mantienen sus procesos en el exterior. 

No lo señala, pero ciertamente un factor en favor de China ha sido el control político, que aseguró y asegura a los inversionistas reglas claras y condiciones estables de largo plazo.

En México, donde nos ufanamos en la creencia de tener más libertad ciudadana que ellos, todo cambia a voluntad sexenal, las leyes son de papel y hoy caminamos hacia una autocracia que nada valioso nos ofrece de futuro.






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