¡AL HUESO!
Elogio de la locura
Atrapados en esos contrasentidos, que harían necesaria una especialidad de psiquiatría política, a los mexicanos nos esperan dentro y fuera cuatro años de agresión y sumisión.
“Ya no veo mi futuro en Estados Unidos. Trump se irá, los estadounidenses se quedan". Vivían Wilson, hija de Elon Musk.
Desde Aristóteles a Dussel, siglos ha llevado el desarrollo de pensamientos filosóficos que impulsan la definición y redefinición de un estado democrático, basado en la división de poderes y vigencia de garantías ciudadanas.
Largas luchas civiles -pacíficas unas, marcadas por la violencia del poder otras- fueron venciendo obstáculos y resistencias para llevar esos pensamientos a la realidad y dar paso a la apertura de la vida política y a una defensa efectiva de los derechos civiles.
En estos días, en que parece avanzar imparable una pandemia de peste política, marcada por los suicidios democráticos, todos esos avances se esfuman por decisiones incomprensibles de la propia ciudadanía, que camina sonriente a la guillotina.
No es del todo cierto, pero hoy Claudia Sheinbaum y sus principales agentes políticos sostienen que imposiciones regresivas como la reforma judicial son un mandato del pueblo, que, si bien nunca fue consultado en específico, guarda silencio en la antesala de la decapitación de sus derechos. Lo mismo comienza a hacer Donald Trump.
Aquí, desde el sexenio anterior nos invaden las paradojas bajo dominio de un movimiento colmado de tránsfugas del pasado, que critican lo que antes defendieron con pasión militante, o fingen ignorancia al destruir los avances por los que estuvieron en las calles.
Sobran casos.
¿Cómo entender, por ejemplo, que Rosario Piedra haya sido quien demolió la Comisión Nacional de Derechos Humanos, aporte cívico de la lucha de su madre, doña Rosario Ibarra de Piedra, quien durante más de dos décadas abogó incansable por la protección ciudadana, a partir de la desaparición y asesinato de su hijo?
La propia mandataria, ayer en las calles secundando a Cuauhtémoc, Ifigenia, Porfirio, exigía trasparencia en las decisiones de gobierno y garantía de imparcialidad en los órganos electorales. Desde el poder, elimina la independencia del INAI y el INE, órganos autónomos surgidos de esas luchas.
Los que se dicen herederos y salvaguardas de los principios que se plasmaron parcialmente en la Constitución de 1917, hoy abjuran de ellos sin el menor recato.
Impera ese inentendible también en Europa, donde ganan terreno movimientos que reviven lo peor de ese nazi-fascismo cobijado bajo el seudónimo de “nacional socialismo”, que sembró dos continentes con millones de víctimas del fanatismo y la irracionalidad.
Aquí junto, una sociedad desgastada, en decadencia, insatisfecha, incapaz de asumir sus propios errores y culpas, sin visión de futuro, atemorizada ante el crecimiento de nuevas potencias, se autodenigra al colocar al frente de la todavía mayor potencia mundial a un narcisista ególatra, delincuente probado, populista mentiroso, que para el mundo representa un futuro de retrocesos y grandes riesgos.
Buena parte del electorado identifica en él esa idea de supremacía racial que nunca han superado, pero incomprensiblemente, también le dieron el triunfo los votos de mujeres a las que denigra, de la población no blanca hasta hoy sutilmente segregada, de diversas minorías y, los peores, millones de inmigrados.
Esos, los peores, porque llegaron perseguidos en sus tierras de orígen o en búsqueda de oportunidades, la familia Trump entre ellos. Allí lograron abrir camino a sus vidas y hoy culpan de todos los males del país adoptivo a quienes intentan lo mismo. Y se pronuncian y abogan por su expulsión.
Atrapados en esos contrasentidos, que harían necesaria una especialidad de psiquiatría política, a los mexicanos nos esperan dentro y fuera cuatro años de agresión y sumisión.
Con doble cara, López Obrador escondía tras un discurso patriotero la suma de concesiones que le fueron impuestas desde la Casa Blanca. “Nunca vi a nadie doblarse así”, ha repetido el propio Trump.
El centro del discurso de la nueva administración está en el proteccionismo y en endurecer la guerra comercial contra China, que reemplaza a Rusia como potencia a doblegar.
En lo inmediato, para México se avizora una muy compleja renegociación del tratado trilateral, no solo con Estados Unidos sino con Canadá. Ambos ven en muchas de las concesiones al país una puerta de entrada a la competencia asiática.
Se suman el tema de la migración, donde condicionarán acuerdos económicos a un endurecimiento de la contención en la frontera sur, y el del narcotráfico, tema en que no tardará la declaratoria de “terroristas” para los delincuentes, justificante de operaciones aquí aún más descaradas que el secuestro de Ismael Zampada.
La gran pregunta es qué podemos esperar de Claudia Sheinbaum ante esos desafíos, cuando la mandataria se ha debilitado a sí misma y al país a través de rupestres acciones antidemocráticas, que anulan la hoy más que nunca imprescindible unidad interna.