Opinión
Jueves 21 de Noviembre del 2024 14:08 hrs

El Síndrome Del Adivino


Todos estamos tratando de comprender que es lo que pasó con lo que vimos venir sin reconocer. Todos estamos tratando de prever lo que viene... Pero, la realidad es mucho más compleja, difícil de explicar con consecuencias imposibles de adivinar. Nadie puede saber la historia que se escribirá de hacia adelante, ni las consecuencias no previstas de lo que vivimos.

Hace una semana nos despertamos en un nuevo mundo. No es exageración. La media noche del martes 5 de noviembre será marcada, en los anales de la historia, como el momento en que termina una época y comienza una diferente. 

Las señales que se han presentado son claras y contundentes: Trump, el trumpismo y los compañeros de viaje que, a nivel mundial lo han acompañado en el retroceso del liberalismo y el crecimiento del populismo autoritario, el nacionalismo y sectarismo, no pueden ser ya, un accidente de la historia, un virus temporal.

Coyunturalmente, por ser el gobernante de la economía más grande y el mayor poder bélico del mundo, por amenazar a la susodicha democracia más sólida de la humanidad, Trump será reconocido como el punto de quiebre del cambio estructural que empezó con el siglo y que vemos reproduciéndose en todos los continentes.

Todos estamos tratando de comprender que es lo que pasó con lo que vimos venir sin reconocer. Todos estamos tratando de prever lo que viene. Cada uno, desde su posición personal, entre el extremo alarmista de la distopia catastrofista, hasta el hiper optimismo fundacionista: cualquiera que le salte al tema, ve de la realidad solo lo que le conviene, lo necesario para confirmar sus reglas y creencias, su postura personal. Pero, la realidad es mucho más compleja, difícil de explicar con consecuencias imposibles de adivinar. Nadie puede saber la historia que se escribirá de hacia adelante, ni las consecuencias no previstas de lo que vivimos. 

Tratando de hacer sentido del sin sentido que escuchamos desde el miércoles pasado. Evitando caer en los extremos que nos evitarían aprovechar los cambios que se van cimbrando, me parece oportuno retomar un escrito que me tope hace algún tiempo. Un artículo en un lugar inesperado, en la revista digital Plaza Pública: “...un medio de comunicación que pretende aportar información e ideas en pos de una democracia sólida, vigorosa, con ética y justicia social” de la Universidad Rafael Landívar, institución Jesuita de Guatemala. 

El título me divirtió mucho: “El síndrome del adivino y la maldición de las consecuencias no previstas.” (https://www.plazapublica.com.gt/content/el-sindrome-del-adivino-y-la-maldicion-de-las-consecuencias-no-previstas)

La autora, Luisa Fernanda Toledo, en su autodenominación, me divirtió aún más: “Fui abogada. Ahora escribo. Libertaria desde antes de que fuera insulto.”

Sin intención de sonar pedante, creo que el fondo de la idea da para mucho más que lo que la propia autora explota. Pero cae como anillo al dedo a lo que estamos viviendo. 

“Hay dos formas de ver el mundo: 1) creer que todo se puede regular para obtener un resultado esperado y 2) creer que nada se puede regular y que solo se puede lidiar con las consecuencias.

Entre los primeros están los que creen en cábalas ultrasecretas de hombres poderosos que se reúnen a determinar el destino de la humanidad desatando guerras, imponiendo precios y poniendo y quitando gobernantes...Digamos que ese es el extremo más absurdo de los que consideran que todo puede ser diseñado. La versión más diluida de esta visión la vivimos en conjuntos de leyes que determinan cosas como penas por consumo de drogas creyendo que de este modo se va a parar el narcotráfico. Si fuera tan fácil cambiar la conducta humana haciendo una norma, podríamos vivir en el paraíso.

La segunda postura en la punta más lejana es algo parecido a una distopía sin reglas tipo Mad Max, en la que cada quien hace lo que le venga en gana. En su versión menos sangrienta se habla de la mano invisible y la palabra principal es libertad. Pero, si no necesitáramos ninguna supervisión ni reglas ni jerarquías, nadie estaría sufriendo, no habría crímenes jamás y cada uno sabría perfectamente cómo comportarse siempre…

…Lo que más afecta…es que creemos que tenemos una bola de cristal en la cual podemos ver el futuro con todas sus ramificaciones. Nadie puede. Y, en vez de admitir que no sabemos ni siquiera que no sabemos, nos quedamos petrificados en una postura con tal de no admitir el error y volvemos más importante la regla que su espíritu.”

Así, hago votos para que nos mantengamos flexibles, siempre buscando ser fiel al espíritu de lo que pregonamos y no a la regla que nos hemos impuesto para enfrentar lo que venga. 

 






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