Opinión
Lunes 09 de Septiembre del 2024 08:17 hrs

¡AL HUESO!

El país de Claudia IV


Cercada políticamente por su mentor, cuya venia le será imprescindible al menos durante los primeros años de su gobierno, Claudia Sheinbaum avanza por un estrecho corredor, en lucha entre los dictados de López Obrador y la necesidad de gobernar con su propio sello. Como gran cepo, pesa sobre ella la revocación de mandato.

“Qué animal tan complicado es el hombre. Es a la vez inteligente y estúpido”. Pepe Mujica.

¿Esperaba Claudia Sheinbaum hace un mes un escenario de término de sexenio tan conflictivo como el que ha generado en estas semanas López Obrador? 

Ni el de Carlos Salinas de Gortari, con el surgimiento de la guerrilla en Chiapas, el asesinato de Luis Donaldo Colosio y el entorno que llevó a la crisis financiera que puso a sudar a Zedillo, había alcanzado los niveles de deterioro país que hoy nos sorprenden.

Salvo para algunos observadores que lo predijeron -calificados de alarmistas-, México se observaba confrontado, en un ambiente político tenso, con un morenismo triunfante acomodándose en los prolegómenos del segundo sexenio, disfrutando la mayoría arrolladora que otorgaba a la futura mandataria las herramientas para impulsar, sin cortapisas, cambios surgidos de visión propia o concesiones a los intereses de su mentor.

Buena parte de la oposición, con liderazgos deteriorados -hasta repudiados-, se denotaba desalentada, sin fuerza, resignados sus más preclaros a proseguir en desventaja una lucha para evitar que la furia autoritaria cancele avances democráticos por los que, en contrasentido, lucharon quienes ahora atentan contra ellos.

Teníamos un país sumido en ambiente áspero, con espacio sin embargo para morigerar ímpetus belicosos, así como en manos de la nueva líder abrir cauces a negociaciones políticas de altura, incluso para construir posibles consensos sobre aspectos del futuro.

Pero vino la avalancha por las prisas de López Obrador en asegurar la culminación de venganzas, imponer desde dentro sus últimas voluntades, aunque sobre todo para cerrar resquicios y posibilidades de manejo que, en manos de su sucesora, pudieran atentar contra su frustrada aspiración a un régimen con máxima concentración del poder.  

Un autoritarismo con fachada legal no para ella, sino para él, asegurar un manejo transexenal que, para no abrigar dudas, cada día es más claro que va a ejercer.

Claudia Sheinbaum no era ni puede ser partidaria de las prisas, porque la agitación que conllevan no abona a la historicidad de su entronización. Al contrario, la demeritan con predecibles protestas en el momento señero en que una mujer asumirá por primera vez la Presidencia de México. Además, el actual desaseo suma dificultades al devenir inicial de su gobierno, que será muy complicado.

Es claro que ella coincide y cree en el proyecto autoritario de López Obrador como herramienta para la construcción de un país utópico, en mucho coincidente con el bolivarianismo de Hugo Chávez, que ha llevado al caos y la ruina a Venezuela. Pero intenta hacerlo con tono propio, en forma menos rupestre que su maestro.

Al comenzar las primeras protestas y advertencia por los nocivos efectos antidemocráticos y riesgos que conllevan las iniciativas lopezobradoristas, la ex jefa de gobierno deslizó ante líderes sociales y representantes empresariales la posibilidad de frenar prisas y abrir espacio a una discusión real, que podría llevar a adecuaciones.

No logró avanzar ni un día. De inmediato le llegaron las recriminaciones públicas de palacio, asentando que la mayoría desde allí controlada las aplicaría sin cambios de tiempos ni contenidos. Así sucedió, violando incluso suspensiones judiciales.

Perdió, sintió la mano del amo y en ese contexto hay que entender el que se haya tomado días de “luna de miel” precisamente cuando sabía que se consumaría la fechoría política. Luego tuvo que felicitar a los malhechores.

Sheinbaum, no hay que dudarlo, por formación y desarrollo es distinta a López Obrador, a quien debe y agradece, sobre todo, haber abierto espacios a su carrera política. 

Él es -y de sobra lo ha demostrado- un agitador negativo, con bajo nivel intelectual, de agresividad sin límite, propenso a violar la ley, y de rencor obsesivo. Usa el populismo de sustento en su aspiración de pasar a la historia como uno de los grandes hombres de México. Por sus resultados, lo hará disminuido y con signo menos, como un destructor de derechos e instituciones, tono acentuado por sus acciones de estas últimas semanas. 

Ella nació y fue formada en el seno de una familia de intelectuales de izquierda, un entorno en que la racionalidad siempre estuvo por sobre la reactividad, sabedores en carne propia de las tragedias a que lleva el autoritarismo. Dura como su rostro, en momento de líder universitaria, sin dejar de ser estudiante esmerada, impulsó con fuerza, sin excesos, las ideas del colectivo.

Su carrera como funcionaria ha sido proactiva y está signada por la pulcritud y la eficiencia, con errores y fracasos como los de cualquier funcionario, pero sin estridencias ni desproporciones. Incluso, hechos que le cuestionan, como las torcidas a la ley de la fiscal Ernestina Godoy durante su mandato en CDMX, fueron impuestas desde Palacio.

Por ello, había espacio para imaginar un posible futuro gobierno de corte socialdemócrata, abierto, con más mesura que este sexenio de exabruptos, con menos imposiciones y mayor búsqueda de acuerdos.

López Obrador se encargó de cerrar esas posibilidades y Claudia Sheinbaum está atrapada en un estrecho entorno político, con una mayoría constituida por diputados y senadores que mirarán más a Palenque que a Palacio, un conjunto de gobernadores que harán lo mismo -porque a él y no a ella se la deben-, con un equipo de colaboradores en que le han impuesto a lo peor del equipo actual, más fuerzas armadas acomodadas en los negocios. 

Y una espada de Damocles que para López Obrador es su garantía extrema de obediencia: la revocación de mandato. 

Sin López Obrador y su retórica al frente, soporte indiscutible de MORENA, los fracasos de este sexenio en seguridad, salud y un largo etcétera, pesarán cada día más y mermarán el apoyo popular a la nueva mandataria. Sheinbaum lo sabe, por lo cual se mantiene sumisa y enfrenta el complejo trance de mantener vivo políticamente al actual Presidente, buscando la forma de que ello no signifique un estorbo permanente para lo que por  lógica aspira, un gobierno con su propio sello.






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