Opinión
Jueves 26 de Septiembre del 2024 19:44 hrs

¡AL HUESO!

El Gran Farsante


En siete días López Obrador se irá como cimentó su carrera política, mintiendo y manipulando. A una semana del cierre del sexenio, los seguimientos de las expresiones vertidas en sus 2164 conferencias matutinas muestran más de 191 mil falsedades o hechos no comprobables, tramoya para ocultar un gobierno desastroso

Farsante: engañador, impostor, mentiroso, embustero, tramposo, fingidor, embaucador, simulador. Real Academia.
 

De acuerdo con el seguimiento realizado por diversos medios de comunicación y principalmente por la consultoría política Spin, en las 2164 conferencias matutinas que lleva de su sexenio, principal plataforma de gobierno utilizada por López Obrador, el Presidente ha proferido más de 119 mil mentiras y/o afirmaciones no comprobables. 

De igual manera, suman centenas los hechos de su gobierno que se contrapusieron a compromisos asumidos ante los ciudadanos, aseveraciones falsas sobre su conducta personal o delineamiento de objetivos centrales, bases de manipulación sobre las que construyó una redituable imagen política, en verdad la de un manipulador consumado.

Sobran pruebas y faltaría espacio para dar respaldo a lo señalado y afianzar que la definición de farsante, de acuerdo con la Real Academia, es el mejor calificativo para la personalidad real del Presidente que en siete días debe dejar el cargo.

Una breve reseña resulta suficiente sustento para sostenerlo, sin necesidad de regresar a temas en su momento abordados, como el caos en salud, en educación, en decrecimiento económico, pérdida de presencia país y desprestigio internacional.

Entre sus atributos personales, pregonó la austeridad que se ampliaría al conjunto de su gestión. No había ni hubo tal, porque temprano los videos de sus hermanos recibiendo “aportaciones” en efectivo comprobaron que durante 18 años de carrera electoral no vivió con cien pesos en la bolsa, sino con millonarios recursos extraídos del erario.

Tampoco la ejerció como gobernante. Lo desnudó una obsesión personal con Catarino Erasmo Garza, rebelde que fue personaje menor de nuestra historia en la segunda mitad del Siglo XIX y sobre el cual firmó un libro. Fue el único desaparecido que le preocupó, mientras ignoró, regateó apoyos y se negó a atender a las organizaciones buscadoras de más de 50 mil personas no localizadas en su sexenio.

A lo largo de tres años movilizó recursos del gobierno para localizar los restos de Catarino en las islas de Bocas del Toro, en Panamá. Fue desplazado un barco de la Armada, personal naval y militar, diplomáticos y expertos contratados por el gobierno para terminar localizando un hueso de 12 centímetros y culminar con la develación de un busto en Matamoros, pagado ciertamente con recursos públicos.

La misma negación de austeridad real se dio con sus giras. Realizó durante los primeros años una larga manipulación con el tema del avión presidencial que se rifaría y terminó vendiendo casi regalado. Por un par de años fueron masivamente publicitados sus viajes en aviones comerciales, mientras los miembros del “desaparecido” Estado Mayor y las comitivas de funcionarios lo hacían en aeronaves de la Fuerza Aérea. 

Al final, ante una ciudadanía de memoria y visión muy corta, en los últimos cuatro años todos sus desplazamientos los ha realizados en aviones y helicópteros militares, con resultado de que en vez de usar solo la nave “que ni Obama”, requiere toda una flota para movilizar guardias de avanzada y acompañantes.  

Durante sus tres campañas tuvo como bandera permanente la exigencia de centrar a las fuerzas armadas en las tareas específicas marcadas por la Constitución. Llegó incluso a acusarlas de graves violaciones a los derechos humanos y por ello exigía que la labor de seguridad pública federal debería estar en manos de una organización civil.

Comprometió regresarlas a barcos y cuarteles, así como crear una guardia nacional, a la que en los hechos desde el inicio nutrió con efectivos militares, promovió un cambio constitucional para adscribirla a la Defensa y hoy, como nunca, los uniformados tienen presencia y poder en todos los ámbitos de la vida nacional.

Esa Guardia Nacional, que nació ilegalmente supeditada al mando militar, fue señalada como el instrumento base para una política “humanista” de seguridad, bajo el eslogan de “abrazos no balazos”, que como hoy se devela encubría acuerdos con la delincuencia.

En sus mentiras de estos días, la actuación de la GN fue exitosa, aunque no lo demuestran los hechos: más de 198 mil asesinatos en el sexenio y amplias zonas del país bajo control de organizaciones delictuales, con la población aterrorizada, como en Sinaloa y Chiapas. 

Otro pedestal fue el combate a la corrupción, promesa de todos nuestros candidatos presidenciales y que él tampoco cumplió. Por el contrario, llegó a tal nivel que como nunca el ilícito manchó todo el entorno familiar. 

Ahí están las denuncias y pruebas documentales del involucramiento -y enriquecimiento- de sus hijos, parientes, amigos y cuadros cercanos, principalmente en el entorno de sus obras de opio, como el Tren Maya o la refinería de Dos Bocas. De la oscura relación con las grandes bandas del narcotráfico comenzó a abrirse la cortina y seguramente saldrá más podredumbre en el futuro.

La cereza en el pastel -hasta ahora- la representó el fraude en Segalmex, por un monto cercano a 20 mil millones de pesos -su administración reconoce 5 mil-, resultado de operaciones de saqueo a cargo de un equipo encabezado por su exjefe y amigo Ignacio Ovalle, que hasta hoy sigue como funcionario público. Mala señal, su sucesora, que comenzó tragando sapos y asumirá el poder formal agobiada y atrapada, anunció que resolvería el delito no con aplicación de la justicia, sino desapareciendo el organismo. 

El propio López Obrador dijo como visión de supuesta despedida, “lo mejor es lo peor que se va a poner”.  En eso no mintió y lo está cumpliendo.






OPINION

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