Opinión
Sábado 06 de Julio del 2024 16:26 hrs

¡AL HUESO!

Como corderitos…


El miedo, no reconocimiento a sus atributos, ha sido el soporte principal de López Obrador para imponer el retroceso de México a etapas políticas que se pensaban superadas. Lo ha infundido -y pretende seguir imponiéndolo- con un uso faccioso del poder, por sobre la razón y las leyes. Superarlo representa un desafío central para Claudia Sheinbaum

Cuestionaron a Demócrito lo cáustico de sus análisis. La vida me dio ojos para ver el futuro que una mayoría irreflexiva está dejando avanzar, respondió.

Rencoroso, astuto, pero sin la estatura ni las capacidades intelectuales de un estadista, imposibilitado por tanto de conducir un diálogo político y social constructivo para alcanzar sus objetivos, López Obrador se refugió en el uso indiscriminado del poder para generar miedo e imponer un gobierno anacrónicamente autoritario.

A partir de la absurda cancelación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, sinrazón que asombró al mundo, o la arremetida judicial y fiscal contra el empresariado y personeros sociales significativos, desde el cadalso matutino fue sembrando ese temor a ser víctima de un poder ejercido sin mínimo respeto por la razón y la legalidad.

¡Y vaya que lo logró!

Para no mirar muy atrás, basta ver sus resultados en ejemplos de las últimas semanas.

Uno, el sorprendente discurso del empresario Eduardo Tricio en la Laguna, quien intentó en algún momento vocear las inconformidades del empresariado, fue hostigado por ello y, como orador designado en la visita presidencial, terminó en la abyección: “La historia, que da cuenta de lo que merece ser recordado y valorado… hará valer el lugar que merecidamente ocupará usted en la memoria de quienes habitamos esta región… Reconocemos también su visión como hombre de Estado… Aquí en mi tierra aprovecho esta oportunidad para decirle gracias, para reiterarle mi personal agradecimiento…”

No fueron menos los dos gobernadores con incidencia en la región, entre sonoras rechiflas de los morenistas llevados al acto: “…denme oportunidad de darle la bienvenida a un gran presidente de México, a un presidente que ha transformado miles de familias, de vidas, en todo el territorio de nuestro país, y hablo de nuestro amigo Andrés Manuel López Obrador…”, dijo el duranguense Esteban Villegas, secundado en tono y sentido por su congénere de Coahuila, los dos únicos mandatarios sobrevivientes de un PRI que agoniza. Víctimas ambos de retrasos y recortes en las entregas financieras de la Federación, lejos de reclamar los derechos de sus estados cifran la esperanza en la sumisión. 

Dos días después, otra comprobación del miedo en el posicionamiento de la UNAM, encabezada por el muy gris rector Leonardo Lomelí, que en forma indigna se desligó de un análisis académico de la reforma judicial de López Obrador, texto crítico en que participaron muchos y destacados integrantes del Instituto de Investigaciones Jurídicas.

A raíz de esa reflexión, la principal casa de estudios del país fue objeto de una de las acostumbradas y amenazantes agresiones de López Obrador y el rector terminó reculando aterrorizado, con lo cual vulneró la esencia misma de una universidad como alimentadora de análisis y crítica que deben guiar el camino en toda nación democrática.

¿De qué sirve a México una comunidad universitaria amorfa, asustadiza, sin rebeldía, temerosa de opinar, recelosa de ser motor del cambio?

La persecución a Carlos Loret y Víctor Trujillo, a LatinUs y sus socios, es otra prueba de la aplicación del método lopezobradorista de sentar el temor y quebrar la resistencia.

Vale tomar estos ejemplos, porque ese es el estado de miedo en que el mandatario saliente ha mantenido al país. Peor aún, sienta un temible tono para el futuro, no porque necesariamente la candidata triunfadora comparta ese estilo de autoritarismo, sino más que nada porque también es víctima del mismo.

Prueba al canto, ha sido notorio que no comparte en su integridad el proyecto de reforma judicial impulsado contra viento y marea por el Presidente. Sumado a ello el rechazo que ha generado tanto en el mundo de los negocios y las finanzas, como en nuestros principales socios comerciales, buscó atemperar las prisas y abrir espacio de diálogo a través de un período de análisis y discusión.

Lo necesita para moderar la polarización y asegurar de inicio un nivel mínimo de gobernabilidad. Buscó por ello aceptación de Palacio, pero salió trasquilada desde la mañana siguiente, con la instrucción de realizar una encuesta “patito” al estilo Morena.  Similar ha sido -aunque más soterrada- la limitación a su facultad de designar a los integrantes del gabinete.

Él lo niega, pero sobran signos de la ambición política transexenal de López Obrador. Y bajo la espada de Damocles de la revocación de mandato, la futura mandataria deberá en algún momento decidir entre seguir caminando obediente y limitada -nosotros con ella- hacia un futuro incierto y amenazador para valores fundamentales de nuestra fragilizada democracia, o crear soporte ciudadano e institucional para aplicar sus propias iniciativas con un modelo más moderno y racional.

Por ahora, dejó de cumplir su primer compromiso como futura mandataria y solo pudo anunciar el pasado jueves la designación de los más allegados de su grupo de colaboradores, sumado el compromiso que ella -no el Presidente- hizo con Ebrard para bajar su beligerancia. Hoy el ex adversario resulta útil por su aceptación entre el empresariado y en las filas del intragable Trump. 

Sin embargo, todos los futuros secretarios, sujetos también del fenómeno, al hablar revelaron más ataduras con la continuidad de las líneas del tabasqueño que con su jefa.

Para asegurar ese futuro manejo, antes de dejar el mando formal el Presidente quiere asumir para sí, no para Claudia Sheinbaum, el control de un Poder Judicial que ha sido la instancia menos dócil ante sus ambiciones autoritarias y hoy está también amedrentado.

Hay motivos. A través del temor le urge asegurar la impunidad para su familia y sus colaboradores más cercanos, todos señalados por actos de corrupción y, a la vez, poner valla a las demandas de agraviados que, sabe, no tardarán y le pueden agriar la sonrisa.

En este caso si aplica la máxima de Jesús Reyes Heroles en el sentido de que la forma es fondo y para espantarnos con un previsible resultado en términos de capacidad y moralidad en un Poder Judicial dominado por López Obrador, ahí están los perfiles de Arturo Zaldívar, Yazmín Esquivel, Julio Scherer y Lenia Batres… Entre otros.






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