Opinión
Sábado 06 de Julio del 2024 16:57 hrs

A No Comer


Si algo nos quedaba de ambición, si a algo no nos habíamos acostumbrado, si existía quien todavía pudiera saltar de la olla, levantar la voz y cambiar el rumbo de la nación, el 2 de junio se resignó.

“A todo se acostumbra uno, menos a no comer”, diría mi abuela, resignada, cuando, por designes de la vida, tuvo que dejar su departamento de toda la vida, para ir a ocupar un minúsculo cuarto, de arrimada, en la casa de su hermana. 

En efecto, a todo nos acostumbramos. La mente del ser humano tiene una plasticidad que convierte en tolerable aquello que, en diferentes circunstancias, veríamos como insufrible.

Parece ser, tristemente, que los mexicanos nos hemos acostumbrado, hemos hecho tolerables y aprendido a vivir con la violencia y a la impunidad, los gobiernos autoritarios, ineficientes y corruptos, gobernantes incongruentes y mentirosos, servicios públicos malos y riesgosos, y una oposición desleal, tendenciosa y cupular.

Eso sí, cuando de lo que se trata es de acostumbrarse a algo bueno: estrenar un auto nuevo, irse de vacaciones, recibir un aumento de sueldo, no cuesta trabajo. El proceso mental que conlleva es sencillo y natural, refuerza los instintos de supervivencia y predominancia de la especie.

Pero, acostumbrarse a una situación precaria, complicada, no deseada, es un proceso mucho más complejo. Un proceso que pasa por la resignación de aceptar la nueva realidad como una situación permanente: algo que, aun con todo el esfuerzo, nuestra condición humana no podrá cambiar. Un proceso que modifica nuestra escala de valores, que baja la vara con la que medimos las cosas. Nos hace ver como manjar lo que anteriormente pudo ser carroña: un nivel más básico en la pirámide de necesidades de Maslow que atenta contra nuestra propia humanidad, la capacidad de raciocinio y creatividad.

Rara vez el cambio que nos lleva a la resignación es un cambio repentino. Más bien, como la fábula de la rana en la olla, poco a poco el cambio se va dando y la resignación instalando. No lo racionalizamos y no podemos reaccionar, para cuando nos damos cuenta, los nuevos estándares se han impuesto y no existe la aspiración de otra cosa, ya más.

Es verdad que durante años fuimos experimentando mayores niveles de violencia e impunidad, gobiernos crecientemente ineficientes y corruptos, gobernantes cada vez más incongruentes y mentirosos, servicios públicos crecientemente malos y riesgosos y una oposición cada vez más desleal, tendenciosa y cupular.

Claudia Sheinbaum nos receta la misma medicina que en su momento nos dio López Obrador, que, a su vez, es producto del sistema político anterior. Nos dosifica la demagogia, acostumbrándonos a los sabores amargos, y nos da aspirinas para que no sintamos el dolor.

La presidenta electa, asegura mantener el legado de la presidencia que llevo a los extremos los vicios del sistema político mexicano: los niveles de violencia e impunidad, gobiernos ineficientes y corruptos, gobernantes autoritarios, incongruentes y mentirosos, y servicios públicos malos y riesgosos.

Si algo nos quedaba de ambición, si a algo no nos habíamos acostumbrado, si existía quien todavía pudiera saltar de la olla, levantar la voz y cambiar el rumbo de la nación, el 2 de junio se resignó.

Los empresarios, medios de comunicación, intelectuales y la desdibujada oposición, yacen medio cocinados, atolondrados, por el agua hirviendo; la sorpresa de encontrarse en la olla donde ya no queda mucho por hacer.

Buscan mantenerse congruente aplaudiendo las designaciones de gabinete, intentando justificar que todavía las cosas pueden cambiar, comprándose la idea, tratándola de vender, que, con estas nominaciones, la señal que manda Claudia es diferente que la de su antecesor, que no será todóloga, que dejará actuar a cada uno en su especialidad; que será directora de orquesta de músicos profesionales y no la orquesta completa que toca una melodía desentonada y fuera de tiempo.

A todo se acostumbra uno, menos a no comer. Al perecer los mexicanos ya nos acostumbramos a una presidenta que es capaz de malabarear la señal de designar un gabinete profesional y experimentado, enfocado hacia resolver los grandes problemas de México, mientras en el discurso es capaz de decir cosas que van completamente en contra de esa misma señal.

Como lo demuestra el legado de su antecesor los miembros de un gabinete son dispensables, pero la demagogia que promueve violencia e impunidad, gobiernos autoritarios, ineficientes y corruptos, gobernantes incongruentes y mentirosos, servicios públicos malos y riesgosos ya son la costumbre.

A todo se acostumbra uno y, al parecer, tendremos que acostumbrarnos a no comer… y a eso, no se puede uno acostumbrar.

 

 

 


 






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